Hace un tiempo leí sobre lo irracional e infantil de suponer casualidades mágicas a sucesos de la cotidianidad.
Hoy me he encontrado por azar, en el margen de unas dos horas y en lugares y contextos totalmente diferentes, un mismo cuento sufí.
(En un primer caso, citado por Baudrillard, en un texto escogido al azar en una biblioteca; en un segundo caso en una consulta privada, a partir de una suerte virgiliana):
El contrabandista
Nasrudín solía cruzar la frontera todos los días con las cestas de su asno cargadas de paja. Como admitía ser un contrabandista, cuando volvía a casa por las noches los guardas de la frontera lo registraban una y otra vez. Registraban su persona, cernían la paja, la sumergían en agua, e incluso la quemaban de vez en cuando. Mientras tanto, la prosperidad de Nasrudín aumentaba visiblemente.
Un día se retiró y fue a vivir a otro país, donde, unos años más tarde, lo encontró uno de los aduaneros.
- Ahora me lo puedes decir, Nasrudín, ¿qué pasabas de contrabando que nunca pudimos descubrirlo?
- Asnos – contestó Nasrudín.
Un día se retiró y fue a vivir a otro país, donde, unos años más tarde, lo encontró uno de los aduaneros.
- Ahora me lo puedes decir, Nasrudín, ¿qué pasabas de contrabando que nunca pudimos descubrirlo?
- Asnos – contestó Nasrudín.