sábado, 7 de julio de 2012

El Buen Nauta en el Campo de Higgs

A estas alturas, en estas horas de nubes bajas y oscuras, uno "mantiene" más claro aún, que ha de ser  Dédalo, no Ícaro. Más que nada porque las alas son un ingenio del padre y la caída, estúpida y trágica responsabilidad del segundo.

Pongamos que el cielo azul griego es el campo de Higgs. Supongamos que las alas de cera y plumas de Dédalo e Ícaro no son más (y lo son) que partículas, básicamente fermiones, que interaccionan con dicho campo de bosones aportándoles la masa que precipita al incauto al mar; que inversamente, eleva y hace libre al buen nauta.


Mediterráneo, 2012

domingo, 11 de diciembre de 2011

La Danza de la Muerte


En el año 1371 cuando Dédalo cumplió 40 años decidió adentrarse en el bosque para encontrar el justo ecuador de su vida.

Allí encontró a la Muerte, en forma de tres figuras esqueléticas, con las que jugó, ilusionado, dolorosa y tramposamente, a las cartas.
Aquella danza se prolongó durante semanas.

En el siglo XIV la presencia de la Muerte era común (fuese por la peste negra, las guerras o las ejecuciones) y durante los siglos siguientes florecieron representaciones más o menos populares: frescos, poemas, grabados, esculturas, leyendas, músicas, tapices y danzas en torno a ella.

La Muerte danzaba como hoy lo hacen los Estados con los Mercados, en el cuadro de un destino fatal. En el Medioevo tardío quizá hubiese sido natural representar a los líderes políticos europeos, como Sarkozy, Merkel o Cameron, bailando con cadáveres putrefactos, como un modo, quién sabe, de exorcizar el exceso grotesco de pulsión de muerte sobre la vida. Imagino que se trataría de recrear, en cierta medida, la gran fiesta de la muerte que convierte a las gentes en títeres en un siniestro callejón sin salida.

Durante aquellas semanas, serpenteante, Dédalo sintió que mudaba la piel, que abandonaba el viejo caparazón de artrópodo para adoptar vestidos blandos. En aquellos días decisivos su cuerpo perdía, como los niños en sus primeros pasos, el equilibrio. Sentía su pecho latir extrañamente, como si su nuevo corazón no le perteneciese. Vivía la realidad extraña, como un cuadro de Munch sobre un puente levantado hacia lo nuevo.

Todo lo terrible, como todo lo feliz, alcanza su fin. Toda danza tiene su final: Dédalo sonrió a Cloto, pareció sonreírle Láquesis y Átropos, finalmente, concedió tregua.


 Encuentro de los tres vivos y los tres muertos



sábado, 19 de noviembre de 2011

El Color

Para un niño de pocos años un color no es solo un color. Cada uno vibra con espíritu propio y su importancia iguala a los singulares perfiles de los animales del zoo.
Descubrir tonos de rojo, amarillo, verde o azul como el que encuentra distintas monedas antiguas; cubrir superficies con cromatismos que, aún hoy, soy incapaz de nombrar.
El dibujo, sin embargo, por su capacidad de figurar o de narrar, fue tejiéndose poco a poco como eje principal, apartando el poder del color a un segundo plano.
En mi adolescencia recuerdo un zig-zag entre el dibujo y los espasmos del color que lograban alcanzar la luz para, poco después, morir en la noche del negro, el azul o el verde de un jardín wertheriano.
Y más tarde poco más. El color fue sinónimo del gran azul. Prusia, verde esmeralda muy escurecido, veronés, tierras, grises, blancos, negros….
El rojo, escasísimo, pervivió como señal o herida y el amarillo, extraño, como luz previa al ocaso.
Cuando retomé el quehacer artístico, después de años estériles, tan solo pervivía el gris-negro del grafito y la pintura blanca, como pugna suspendida en el manto níveo del salar.

Hoy sé que el color es la piel de la vida y asoma, parece, como magma de carne entre las mallas estancas de mis papeles fugaces.

La Piel de Bes en Mayo, 2010

sábado, 12 de noviembre de 2011

Cansino Casino

Una nueva Lotería de Babilonia atraviesa los Estados en un fraudulento casino mundial.
El poder del desierto siempre fue superior a los campos arados del agrimensor.
Se derrumban viejas torres y la incertidumbre o la regla fatal del mercado sobrevuelan nuestras cabezas.
La danza de la muerte del nuevo espíritu del capitalismo parece reinar sobre la herrumbre de la Ley de la vieja/nueva Bastilla.

Danza de M., MACBA, 2011


jueves, 13 de octubre de 2011

Por Fin Tengo Estudio

16 años después de dejar mi espacio en Bellas Artes, un lugar de aprendizaje fallido desde la institución, pero rico como espacio para compartir miradas y experiencias creativas, vuelvo a tener estudio.

En mi infancia, mi primer contacto con la idea de “estudio de artista” fue a partir del mito, del cual me alimenté en los gordos libros de arte de mi padre. El mito del artista con estudio, fuese en una buhardilla parisina de 1900 o el iluminado y amplio estudio del artista de éxito, pongamos que hablo de Matisse.
Inversamente, recuerdo, debía tener unos 12 años, ayudar a mi padre, los sábados por la mañana, en los trabajos de albañilería en su primer estudio, un entresuelo con ecos de tramontana. En aquel espacio nunca dibujé un triste papel, ni recuerdo haber visto nunca a mi padre pintar. Para mí fue un espacio frío, cerrado, desangelado, dirección norte, totalmente ajeno a mí.
En la adolescencia mi habitación cerrada se convirtió en mi fábrica-burbuja de sueños, mi lanzadera para la evasión, tan necesaria durante aquellos años.
Algo más tarde, rozando los 18 años, mi burbuja creció hasta convertirse en mi primer piso. Un espacio vacío, sin muebles, de enormes paredes y ventanales, en el barrio de Gràcia de Barcelona, donde pintaba enormes telas con destino a las asignaturas de mi primer año de carrera.
Y de allí, casi simultáneamente, al espacio de pintura de Bellas Artes, donde combinaba en zig-zag el pintar con las clases de Filosofía.
Después, más allá de 1994, ya no más, mi piso se convirtió en mi estudio, pero también en mi prisión. Hasta el presente.
Un estudio compartido permite recuperar la mirada del otro y además uno se halla ante sí mismo, ante su propio trabajo, en un espacio y en un tiempo determinado, sin distracciones, sin la tentación de pasar a hacer otra cosa por cansancio o frustración. Un estudio multiplica el trabajo y lo dignifica; dignificando además la propia vivienda, convirtiéndola, ya empezaría a ser hora, en un hogar.
Estudio en L'Hospitalet, 2011

martes, 11 de octubre de 2011

Inocentes

Este sábado viendo The Innocents (J. Clayton, 1961) aprendí que una excesiva búsqueda de la verdad, una necesidad incontenible de “iluminar” lo oculto a toda costa, rebasando límites, sin rendirse, sin retirarse a tiempo, puede tener un desenlace más fatal, destructor o mortífero aún que, simplemente, no hacer nada.
Uno debe aceptar sus límites y no luchar contra la oscuridad, como el más estúpido de los héroes.
En estos días encuentro también en Baudrillard invirtiendo/pervirtiendo a Hölderlin: “Allí donde crece lo que salva, crece también el peligro” (Das wo Rettende wächst, wächst die Gefahr auch).
¿Cómo renunciar a “salvar” lo que se ama? Más allá del egoísmo o el amor desinteresado, más allá del narcicismo de cada cual, quizá asumiendo que la mano de uno no salva, sino todo lo contrario.

The Innocents

sábado, 1 de octubre de 2011

Fantasía Infantil (en clave)

Algo que me fascina. En la película de Tomas Alfredson  Déjame Entrar” (Let the Right One In (Swedish: Låt den rätte komma in)) el niño Oskar es protegido (amado) por el monstruo Eli hasta sus últimas consecuencias.

 

Eli vs. Caballo Loco, 2011