domingo, 16 de diciembre de 2012

La Muerte y la Doncella ( y los aspersores)





Justo en los minutos previos a su muerte, en total soledad, pensó en dejar una nota sencilla sobre la mesa del comedor de su casa: “os quiero”. Antes de decidir escribirla hizo un último esfuerzo para revisar la cocina, calentador, estufas... apagar velas, incienso...clausurarlo todo...para no producir daños a terceros, pensó.

Sintió que moriría esa misma noche, el corazón galopaba con dificultad, la respiración encharcada se hacía imposible. Miró el reloj. Lloró un instante.

Pensó en las personas que más quería y que, lamentó, no estaban. Dudó en llamar a alguna. Pero no inició siquiera el gesto. Prefirió la soledad. La asumió. Nadie iba a salvarlo, ni nadie debía, pensó, ser molestado a aquellas horas, un día laborable.

Su dificultad para respirar hacía agónico un final que hubiera resultado, en otras circunstancias, plácido. Nada más lejos...hay que decir que se retorcía en el suelo, luego en la cama, luego en el suelo....
Tomó unos calmantes más y se estiró en la cama.
Fue entonces cuando se dio cuenta que solo amaba, sin más, asumiendo cada herida, cada olvido, cada traición.
Un momento más y su amor se dilató como un gran charco de aceite dulce sobre todas las personas que había conocido, sobre los demás seres vivos, sobre la realidad inerte toda y vio, finalmente, como su yo perdía importancia y viajaba en un cosmos inmenso. Amó.


                                                                               ...




El beso se inició antes de llegar a rozarse. Se encontraron en las comisuras, en los extremos sensibles de cada uno de sus labios. Luego se fundieron levemente formando pequeñas lagunas unidas entre sí ¡Mimosas charcas de saliva! Orgullosos de vivir durante unos larguísimos minutos en una isla flotante. Unidos por la raíz de su goce, pero sin pedir nada, montados  en una flecha hacia lo imposible.
Sosteniendo una larga nota alegre, luminosa, toroidal y solar.
Anudaron, por fin, sus lenguas bajo un compás invisible. Arropados por un murmullo de fondo.
Chocaron sus labios en una lucha sin muerte; como olas constantes de un mar claro y meridional.
Eternos, sin viento, como a orillas de un gran lago inmóvil.
Embriagados por la sensación de un no-tiempo, más allá del uno y del otro, de un no-lugar feliz.



                                                                          …



Uno de los momentos más felices de mi vida:

Lo recuerdo en Suiza, debía tener unos 4 años. Unos niños enloquecían de alegría bajo unos grandes aspersores en un parque. “Ve, si quieres”  dijo mi madre. La hierba olía recién cortada. Un sol radiante. Libre. 




La Muerte y la Doncella, Munch, 1894 + Uyuni (Bolivia) 2011



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