Aquel día amaneció distinto. La
naturaleza se había roto y el cielo era opaco y rojo.
El frío más intenso recogía a la
humanidad en el interior de los abrigos de roca, en cavernas cada vez
más oscuras. Por un tiempo, pareció que la Tierra se había
tragado a sus hijos en un canibalismo espontáneo, sin mal.
Hace unos 70.000 años la humanidad estuvo a punto de desaparecer en una Muerte Global, bajo un colosal y
lejano volcán, como cualquier otra especie, con su caparazón vuelto
del revés.
Durante un tiempo excesivo, extremo,
los supervivientes volvieron su cabeza hacia dentro. Como un pulpo
cazado y malherido. Las alucinaciones fueron frecuentes y la
necesidad imperiosa de vivir, la valentía, la tenacidad, fueron
cuestión de vida o muerte.
Casi superado el miedo, los cuerpos
fueron pintándose de ocre y rojo, así como la matriz de roca, como
segunda piel, que los había protegido.
En aquel punto, en aquella orgía encarnada, se produjo una ruptura tal que el Padre Cielo y la Madre Tierra
nunca más pudieron mirarse a los ojos, directamente, con la
espontaneidad de los niños.
Allí nació el arte y los mitos, con más fuerza, en una nueva mutación, en
un salto al vacío sin precedentes.
Durante los miles de años siguientes
el Espíritu que dictaba el movimiento de los astros, dirigía
también la mano, bajo una ley fértil, creadora.
Y mientras, la Tierra, lentamente, permitió,
bondadosa, que los grupos de animales y la naturaleza toda fuera
volviendo a su lugar, repoblándola entera.
Munch + arte parietal australiano + Turner |