domingo, 25 de septiembre de 2011

La Esfinge

La pregunta clásica en filosofía: ¿Por qué existe algo en lugar de nada?
Hoy reformulamos la pregunta en su reverso: ¿Por qué no existe nada en lugar de algo?
O la más cercana, emocional y ética ¿Por qué desamor en vez de amor? ¿Crueldad en vez de empatía?
Nos obsesionamos con descifrar enigmas. Una civilización entera, una vida entera, puede enloquecer desde el hilo de insistir, horadando, en estas preguntas sin alcanzar nunca al corazón de la Esfinge.
La alternativa es la frivolidad, la necedad, la inconsciencia, el vivir a ras de suelo, desde la irresponsabilidad, desde el ombligo, más cerca de los cerdos que de los ángeles.

Solo nos queda insistir, desde la nobleza, en la fortaleza de vivir en la lucidez, permanecer en nuestra posición, tomar partido y apostar asumiendo todas las consecuencias.

La Bicha, 2011


jueves, 22 de septiembre de 2011

Oquedad

Siempre me ha sorprendido y en especial, de forma más consciente y reveladora, durante estos últimos diez años, el difícil encaje entre las palabras y las acciones.
Sea en el amor, en la amistad, en la economía, en la política...
La inconsistencia de unas y otras, su desencaje fatal, su falta de correspondencia que nos convierte en seres lamentables, duplicados y fallidos. Sociedades enfermas, personajes sin fondo, sin más esencia que su ego hinchado de nada.
He conocido hombres, mujeres, sociedades “felices” o “infelices”, “exitosas” o “mediocres”, “frívolas o profundas”, “conscientes o inconscientes”, da igual, a galope de ese flujo, desde un discurso hueco y desde el aspaviento de las acciones. Importa poco desde dónde justificasen su charlatanería: Desde la experiencia de la vida en la calle, del “haber vivido mucho, intensamente”, desde el mundo laboral del “haber trabajado mucho, profesionalmente”, desde los más espesos libros, del  “haber leído mucho, profundamente”.
Me hiere pensar en el valor mínimo o perverso de las palabras. Su uso fraudulento; su manipulación, su uso en la adulación para el propio beneficio, placer o evasión.
Y, finalmente, lo que más me ha aterrado es ver como esa narrativa basada en la mascarada, falsa racionalidad, deshuesado de corazón, atraía a espectadores de toda condición, incondicionales, entregados, almas esperanzadas, ávidas o ingenuas. Cómo se iban enredando, durante meses o años, vidas enteras; como se iban encadenando, mermando y sucumbiendo como víctimas de auténticos vampiros.
Es en ese sentido que mis obras, sobre todo en estos últimos meses, están repletas de vampiros, máscaras huecas o demonios aspaventosos. Como si se tratase de un exorcismo del horror y del sinsentido.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Tunupa

¡Vaya, pues! el meollo de todo se basa en la incertidumbre y en la aleatoriedad. La  realidad sólida, como un marmóreo terrón de azúcar, implosionó como una ilusión: información y solo información sobre todo lo demás ¿acaso alguna vez tuvo consistencia?
Platón se quedó corto, quizá un Berkeley sin Dios es lo que habitamos. El baile cuántico nos libera, ¡qué libertad para hombres y mujeres tan pequeños! ¡Saldremos volando como cometas de niños andinos!
Y sin embargo necesitamos montañas, matrices que nos den el sosiego ilusorio de una hamaca espiritual, un abrazo tierno.
Recuerdo las montañas franco-suizas de mi infancia, de un enorme azul ocupando el cielo. Lo relaciono con un cuadro importante en mi vida, una tela grande que pinté en las madrugadas del verano de 1994, La Montaña Mágica. Creo que fue el único cuadro que me dio de comer durante unos meses. Pero también llegar a pintarlo, terminarlo y sacarlo a la luz, supuso una caída en el vacío y una larga hambruna. Como si toda ascensión estuviese entrelazada con un descenso fatal. Como la vida respecto a la muerte, el amor y el desamor, el éxito y el fracaso.
En la ascensión del volcán Tunupa, en el desierto-salar de Uyuni de Bolivia, hace un mes, alcanzados ya los 5.000 metros de altura, me detuve justo antes de llegar al abismo del cráter. El oxígeno era suficiente, pero había demasiado peligro para continuar subiendo sin más medios que botas y manos. Me lo imagino sublime, terror y maravilla de nieves y lava rojiza. Detenerse antes de alcanzar una meta gigante tiene mucho de amargura, pero  también mucho se sensatez, humildad y quizá supone aceptar la verdadera naturaleza de nuestro sino.
Como en el amor, en la vida no se trata de devorar cráteres sino de lamer laderas.

Para ilustrarlo baste la referencia al cuento de A. C. Clarke sobre los monjes tibetanos y la IBM que encuentro una vez más y en varios lugares en Baudrillard:
“(...) Perfeccionar el mundo equivale a concluirlo, a realizarlo, y, por tanto, a encontrarle una solución final. Pienso en esa parábola sobre los monjes del Tibet que, desde hace siglos, descifran todos los nombres de Dios, los nueve mil millones de nombres de Dios.
Un día, llaman al personal de la IBM, que llega con sus ordenadores, y en un mes acaban con toda la tarea. Ahora bien, la profecía de los monjes decía que, una vez concluido este cotejo de los nombres de Dios, el mundo llegaría a su fin.
Evidentemente, los de la IBM no lo creen, pero, cuando descienden de la montaña, con su inventario terminado, ven cómo las estrellas del firmamento se van apagando una tras otra."


 
Tunupa, 2011



domingo, 4 de septiembre de 2011

Toda la Energía en un Puño

El día.
Imaginemos la vida en ebullición, en su extremo casi insoportable, el sol en descenso, inmersos en la inevitable nube de mosquitos, pese a todo, llenos, henchidos de oxígeno, sin necesidad de respirar ¿para qué? el aire entra por sí solo en la orilla de un río preservado, bajo el peso del calor y de la humedad, en un fragmento de selva primaria, en la Amazonia.
La noche y los días sucesivos.

Durante el descenso del río Tambopata, en la canoa, hacia las tres de la mañana, casi todo el mundo yacía dormido, acurrucados entre mantas, ajenos  a los estallidos de luz sobre las copas de los árboles, todo anunciaba tormenta y cuando llegó también se instaló el frío.
 El “friaje” que paralizó  la selva, su polifonía, su color, el crecimiento imparable de raíces, ramas y  hojas, aves, insectos, guías y turistas acurrucados, muertos a diez tristes grados, abatidos por el frío patagón.
Apagón de vida, de energía enorme encerrada en un solo puño, como si un dios hubiera apagado el interruptor del trópico eterno para aleccionarnos sobre lo frágil de todo.