sábado, 19 de noviembre de 2011

El Color

Para un niño de pocos años un color no es solo un color. Cada uno vibra con espíritu propio y su importancia iguala a los singulares perfiles de los animales del zoo.
Descubrir tonos de rojo, amarillo, verde o azul como el que encuentra distintas monedas antiguas; cubrir superficies con cromatismos que, aún hoy, soy incapaz de nombrar.
El dibujo, sin embargo, por su capacidad de figurar o de narrar, fue tejiéndose poco a poco como eje principal, apartando el poder del color a un segundo plano.
En mi adolescencia recuerdo un zig-zag entre el dibujo y los espasmos del color que lograban alcanzar la luz para, poco después, morir en la noche del negro, el azul o el verde de un jardín wertheriano.
Y más tarde poco más. El color fue sinónimo del gran azul. Prusia, verde esmeralda muy escurecido, veronés, tierras, grises, blancos, negros….
El rojo, escasísimo, pervivió como señal o herida y el amarillo, extraño, como luz previa al ocaso.
Cuando retomé el quehacer artístico, después de años estériles, tan solo pervivía el gris-negro del grafito y la pintura blanca, como pugna suspendida en el manto níveo del salar.

Hoy sé que el color es la piel de la vida y asoma, parece, como magma de carne entre las mallas estancas de mis papeles fugaces.

La Piel de Bes en Mayo, 2010

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