Uno puede desear el último día de su vida para irse a dormir, perdón, morir.
Los hay, en cambio, que andan estresados, para así llenar con tensión lo que la pasión no alcanza.
Otros son adictos a la pasión y los amoríos, cuando en realidad nunca quisieron, en verdad, a nadie más que a sí mismos.
Algunos solo pueden vivir en su sufrimiento en llama viva, como si ello justificase, perdonase o aplazase el aceptar su verdadera herida.
Muchos pretenden vivir en la espuma de la brisa, como si vagar en la frivolidad eximiese de cavar, día a día, su propia fosa.
Se trata pues de ser auriga, ya no vagar o cavar, sino cabalgar caballos propios, para devenir, entonces sí, libres.
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