En ocasiones, descargar un gran peso arrastrado durante largo tiempo, pongamos por caso un poncho de estrés, una ansiedad invalidante, un túnel sin final de luz, equivale en la vida cotidiana a un despertar, a un “descegarse”.
Los conceptos se hacen más precisos, se ramifican, cristalizan, vibran, se hermanan, se permeabilizan llegando a fundirse como el queso sin perder su lugar; uno lee con fluidez, quizá por primera vez, devorando, dudando dulcemente dónde poner el punto final.
Los problemas devienen desafíos a resolver con la velocidad y la constancia de un pez azul plateado en alta mar.
Los problemas devienen desafíos a resolver con la velocidad y la constancia de un pez azul plateado en alta mar.
Las sensaciones se hacen sutiles, más profundas y calan con gusto como el agua de lluvia un día de verano o a la manera cómo huelen los niños los prados de montaña.
Las experiencias cotidianas dan como recibo paz y una miga de sabiduría, siendo el cansancio leve, como un par de alas ajustadas a la espalda.
Uno deviene, a la velocidad de una simple bicicleta o callejeando a paso firme, serpiente alada de vista sutil, coloreada de innumerables matices.
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