Ayer vi el primer largometraje de A.
Segre, Io Sono Li (traducida aquí como La Pequeña Venecia (Shun Li
y el Poeta)) recordándome, como si se tratase de un juego de espejos
en paralelo, un viaje que hice, hace pocos meses, justamente
al mismo lugar.
Durmiendo en un hostal de carretera de
Marghera y desde Venecia me dirigí a Lido, esperando quizá
encontrar, desde la ingenuidad, alguna playa que me recordara a
fragmentos de Tomas Mann o Visconti.
Desde allí, inicié, en soledad (pese
a ir acompañado) un viaje a ninguna parte enlazando vaporettos,
autocares y barcazas en un desplazamiento con destino desconocido;
deslizándome sobre mi voluntaria ignorancia casi en línea recta:
Lido, larga como un fémur, nacida del
cuerpo de la vieja y parquetematizada Venecia. Después, la espinal e
interminable Pellestrina y más allá, la niebla siempre, el ruido de
motor, la vibración, el chasquido de agua y una emoción
contrariada impregnando mi cuerpo. La Laguna Véneta y la niebla como
un único cuerpo blanco que me engullía entero y me hacía
pequeño.
Y, finalmente, Chioggia, como destino inventado.
Y, finalmente, Chioggia, como destino inventado.
Caminé, caminamos y deshice el viaje
con cierto disgusto de no haberme detenido en una osteria. Uno de los lugares donde Shun Li y Bepi tejen su/la
historia.
...me he quedado con los ojos cerrados, esperando en Chioggia, sentada en un rincón, medio oculta entre la niebla.... espectante por saber qué puede ocurrir.
ResponderEliminar(ELI)
Eli-Hèlia, todo se entreteje, todo continua. Todo es urdimbre.
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