El caos late en el seno de la forma más organizada. Como aquella energía descontrolada que puede acabar desbordando su matriz-sistema, devorándola.
Fukushima, Libia, la aparición de un tumor, incluso un día a día desperdiciado por una entropía feroz responden a la misma idea.
Uno puede vivir bajo la tiranía de la lógica tumoral y, simultáneamente, bajo el peso de una aparente solidez piramidal.
El reino del caos, su capricho destructor, la libertad oscura en forma de baile de muerte es, en realidad, la cara oculta de la estructura inmóvil “de lo que hay”.
El reino del caos, su capricho destructor, la libertad oscura en forma de baile de muerte es, en realidad, la cara oculta de la estructura inmóvil “de lo que hay”.
Toda guerra, sea militar, sociopolítica o personal, puede acabar atrapándonos en una fiesta de muerte con sacrificios de sangre y víctimas culpables, responsables e inocentes. En todo caso habría que saber escurrirse de la tela de araña con la suficiente astucia para, desde la devastación, encaminarse hacia el reequilibrio, hacia el orden físico-químico, biológico, socio-político, simbólico y emocional.
La idea es restablecer una nueva libertad respetuosa nada arbitraria; tensar el arco de la evolución como movimiento y crecimiento perpetuo sin romper jamás, más allá de lo necesario, el sagrado equilibrio de nuestros mundos.
Aviones de Guerra, 2003 (Tiempo de Seth) |
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