Siempre he creído, quizá por un exceso de purismo, que firmar es manchar el espacio con-“sagrado” , ¿"aurático"?
Una obra sobrepasa al autor y este, al firmar, solo mancha con vanidad rastrera un flujo que solo modestamente tiene que ver con él.
En las demás situaciones de la vida he ido simplificando mi firma, hasta falsear el propio acto en una suerte de gesto-simulacro, en un trámite llevado a un extremo indolente. Con el tiempo se ha hecho un casi-nada veloz, sintética, minimalista. Como substitución de mi deseo: que mi firma fuese un espacio en blanco.
Ayer, por la mañana, en el banco fui incapaz de firmar “con seriedad”. La empleada, con indisimulada acritud, me pidió que repitiese la firma; era inválida, no se correspondía con "mi" firma. Repetí obediente y volví a fallar.
Más tarde fui a recoger un título en una universidad, esta vez estaba advertido y sin embargo fui incapaz de “terminar” su ejecución sobre la cartulina, en un mediocamino entre la casi-nada actual y la abigarrada firma de mi juventud.
Caídas las iniciales paternas solo se ha mantenido la letra primera, la omnipresente “a”, como germen y hueco inicial, que lucha por desplegarse, ahora como elipse barrada.
De hecho, en secreto, en casa, tras el largo viaje de vuelta, de madrugada, con pericia de dibujante, “acabé la firma”, con una media elipse, como si cometiera un pequeño crimen inconfesable.
Si no temiera el “qué dirán”, en ocasiones, me sentaría, en este acto ridículamente solemne y burocrático, a dibujar: rodear la “a” fundamental, con un acerico vuelto del revés, un espino de despliegue elíptico y barrado. Para acabar, algún día, por romper la cáscara calcárea y volar.
me encanta la firma! :)tiene mucha personalidad...aunque dice mucho que escogieras un acerico como elemento central...
ResponderEliminarNo es una firma, es un dibujo con disfraz de firma.
ResponderEliminar