sábado, 19 de febrero de 2011

Jardín Tóxico

Quizá por un viejo prejuicio cultural siempre me sorprendió ver vegetales enfermos. Un animal enfermo, en superficie, difiere mínimamente de un hombre moribundo ¿Pero una planta? Un vegetal enfermo supone, para mi simbología íntima, una contradicción de términos, casi un oxímoron.

La mayoría de los árboles de las grandes ciudades, por ejemplo, del sur de Europa están enfermos, atacados por parásitos.
Esto me recuerda a nosotros, urbanitas del siglo XXI cargaditos de pupas tangibles e intangibles. Las patologías crecen, cargados de toxicidad y agresión por todos lados. La nueva sociedad terapéutica crece sin alcanzar, ya falta poco, su apogeo.
Los centros de yoga rebosan; los médicos de la sanidad pública, sobrecargados, ya no miran a los ojos tristes de sus pacientes, alejados; el negocio de la salud crece y se enraiza en los alimentos de los supermercados y en toda la esfera New Age; los gurús y nuevos chamanes nos repueblan.

Todo enmohece, mientras los discursos se marean circularmente en el raquitismo del dinero.

Nuestras relaciones se pudren.
La educación, en España, agoniza entre la rigidez, la descomposición de la matriz familiar y social, la obsesión de los decimales y la burocratización de la enseñanza.
Oír a un profesor insultar, a escondidas, a sus alumnos me genera más pavor que ver a un alumno escupirle, aunque todo forme parte de lo mismo.

Somos jardines dañados, cargados de agresivos virus y parásitos.
Y sin embargo hay Sol y todavía queda suelo sobre el que crecer.
Queda resistir en la verticalidad del bambú.

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