miércoles, 25 de julio de 2012

El Veranito de Kali


Kali parece furiosa y sonriente a la vez. Las cabezas de su collar se balancean al ritmo acelerado de su piel. El sudor de sus pies derriten hoy a la mismísima Groenlandia.

La negra noche cubre de ceniza la tierra de mis orígenes, de mi familia. Los nombres de los pueblos arrasados que voy oyendo gotear uno a uno en los medios corresponden a las cunas de mi intrahistoria familiar: Terrades, Darnius...; L'Alt Empordà arrasado por el fuego y tocado por el dedo de la muerte, hasta las puertas de la casa de mis padres, en la frontera.
Mientras, todo el sur de Europa parece agonizar a fuego lento bajo el Baile de Muerte del Casino Mundial. Oigo las viejas botas del Reich, renovado aborto del capitalismo enfermo, volver a marchar y pienso en el futuro luminoso que nos espera: Seremos, si nos portamos bien y obedecemos, dentro de muchos años, Miami.
Paralelamente, muy posiblemente, en septiembre, mi trabajo de profesor en un instituto público desaparecerá. La pobreza se enquista y nos aleja de una vida digna.
Caso a parte; mi piso de Barcelona, deja de ser un hogar y se convierte, por circunstancias que no relato, en un pequeño cementerio.
Día a día intento frenar la ruina; pinto y restauro, puertas y armarios...leo con disciplina y pasión, voy a trabajar a mi estudio, me abrazo a la “poiesis”, como un bebé a su madre. He dejado de ser joven; pero creo en la resistencia, en la lucha del guerrillero, en red o en solitario, del día a día, como forma de vida.

Kali va y viene, como el viento. Un desertor vale menos que las piedras que pisa. Solo nos queda cubrirnos de hibiscus y creer en la vida como las raíces vivas de una selva cortada por la necedad, a punto de parir.



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